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  • Foto del escritorTony Arias Gil

Las historias tras la economía de un cayo

Actualizado: 4 abr 2018

En mis #viajes #MasAllademiCalle encuentro historias que me hacen reflexionar sobre la importancia de cuidar el #TurismoInterno, capacitando a la gente para que ofrezca un mejor servicio al visitante. Al llegar a Cayo Levantado en Samaná, encontré algunas ideas sobre la economía y el turismo en la zona.

El Cruce al Cayo y su gente


Aquí, en el Cruce al Cayo, la gente de la comunidad disfruta de una playa fangosa, pero su playa pública. Y como me contaron, se van a Cayo Levantado en bote o sino, se van caminando por una marea baja a este cayito que aparece en la foto de arriba, donde hacen sus "locrios" y disfrutan de un ambiente natural, sin tener que pagar.


Al mismo tiempo en la comunidad se genera un sistema económico con vendedores de hielo, coco, restaurantes de comida y transporte en lanchas rápidas que permite generar recursos para la subsistencia.


En ese contexto conocimos a Jhonathan. Más que todo él debía vigilarnos a nosotros para que luego que fuéramos a Cayo Levantado no nos perdiéramos o que no nos montemos en otra yola. En definitiva, era la alternativa que David tenía para que cuando volviéramos al cruce le pagara lo convenido por la excursión.


Con los zapatos en mano, Jhonathan nos ayudó a abordar la lancha en el puerto improvisado del Cruce al Cayo. El encargado del vehículo tenía un nombre o sobrenombre, que evidentemente no se relacionaba con su físico: le decían Barba.



Llegar desde el Cruce al Cayo hasta Cayo Levantado nos tomó un poco más de 5 minutos en una lancha rápida con techo, aunque debo confesar que me parecieron una eternidad por el impacto fuerte que daba el cuerpo del vehículo con el agua en alta mar. Nada, que cualquier susto se desvaneció con las frías aguas del cayo, las hermosas vistas del cielo azul combinadas con el verde de las montañas.


Al principio pensaba que Jhonathan sólo nos ayudaría a cruzar. Pero no fue así. Su objetivo era no despegarse de nosotros en una extraña combinación de protector y vigilante. Le di algo de dinero para que comiera mientras nos bañamos, aunque luego me di cuenta que por ser un guía de viajeros, él cuenta con facilidades que le dan los comerciantes, como por ejemplo un shailon gratis.


Luego de cerca de dos horas en la playa, compramos un pescado de dos libras que al principio pensé que alcanzaría para guardar, pero creo que la imagen dice más que lo que puedo escribir.


Jhonathan ya había recibido su comida ampliada de parte del lugar donde nos cocinaron ese sabroso pescado, así que mientras, conversaba con personas de su comunidad que estaban disfrutando del ambiente.



Él me contaba que trabajó en el hotel Bahía Príncipe de Cayo Levantado en la limpieza de los jardines. Hace mucho que no labora allí y se dedica a traer y vigilar a los visitantes que vienen a Cayo Levantado desde el Cruce al Cayo. Ahora bien, ¿él vive mejor ahora que no es empleado de una instalación hotelera? ¿Podrá superar sus niveles educativos trabajando de esta manera? ¿Podrá mejorar económicamente?


Claro, estas preguntas no las hace un turista o un viajero. Me las hice después que le di una pequeña propina y le pagué a su primo el vigilante del parqueo y Jhonathan inmediatamente dejó de ser nuestra sombra. Salió a buscar otros clientes o a disfrutar de su playa pública y fangosa.


Debo confesar que al inicio tuve un poco de desconfianza en David y en Jhonathan y en el primo de este último que aunque es sordomudo, entiende muy bien. Entiende tan bien, que supuestamente cuando le pones una música te indica qué tipo de ritmo es. Para la próxima veré si eso es verdad.


De todos modos, fue bueno conocer la forma simple en que operan como una cadena económica con el único fin de que el visitante tenga una travesía en el mar y un paseo por la playa adecuado.


Me llevo de Cayo Levantado hermosas imágenes que me harán recordar que a veces lo inesperado te puede llenar más de felicidad y plenitud que lo planificado.


Viajar nos hace ser mejores personas.






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